miércoles, 23 de noviembre de 2011

Un amigo fiel.

Silencioso. Casi ausente. Esperabas que yo me acercara para acomodarte a mi estado de ánimo, fuera el que fuera. Contigo he sido ingrato sin llegar a la injusticia, porque entre nosotros no cabía ese valor. Descargaba sobre ti todo el peso de mis días, y esperaba un alivio que en realidad no te correspondía proveerme. Más bien, yo mismo escarbaba entre mis tropiezos para buscar una excusa con la que ir a refugiarme en tu incondicional comprensión.

Siempre listo para ayudarme a llegar donde no podía aún a costa de alguna huella indeseable, para compartir una película, un libro o abandonarnos sin más al sopor del sol de otoño los domingos después de almorzar. Esos días tenías un perfume especial, diferente, como de cocina italiana. Eras familia.

¿Y te acuerdas de aquellas noches de invierno en las que nos abrigábamos como si estuviésemos fuera...? No sé si tu naturaleza o mi incurable nostalgia nos separaban un poco en el verano. Ya sabes, nunca me gustó el calor pero a ti te daba todo igual. Reconozco que te reprochaba esa indiferencia al sudor ajeno, abrazando sin más a quien pasara por allí sin importar su condición. Por lo demás, si hubieras sido exigente yo habría sido el primero en no contar con tu cobijo.

Gracias a ti pude disfrutar de todos mis seres queridos con una intensidad que sólo da la paz. Jugamos a todo con mis niños, hablamos de la vida con mi madre y mi tía-madre, saboreé el destino con mi amor, y nos reímos de lo peor con todo el mundo. En las fiestas, lo mismo estabas en primera línea como te dejabas llevar a un rincón para no incomodar a los que no te conocían y seguramente no se acercarían a ti, por aquella tontería de ser formal aún a costa del confort. Y nunca nos reprochaste nada. Pasado el ruido que alteraba la normalidad, volvías a tu sitio siempre dispuesto a ser el mismo de siempre para nosotros, aún cuando nosotros a cada paso cambiamos.

Tienes que aceptar que algunas veces tenías tus manías y te ponías quisquilloso según quién y cómo te abordaba. Seguramente recordarás que te llevaste más de un disgusto por eso, incluso golpes que no siempre encajaste con buen ánimo, y que tuvimos que ponernos serios contigo. Como suele ocurrir cuando no hay traición la cosa no pasó a mayores pero te dejó marcas, algunas permanentes. Sé que no eres rencoroso, o al menos no lo fuiste con nosotros, conmigo, porque tu fidelidad estaba por delante de cualquier magulladura. Créeme; sufrimos contigo cada herida, cada deformación de tu ánimo, con una intensidad de piel que aún hoy puedes percibir claramente.

Quizás, sólo quizás, estamos unidos hasta en la simetría de nuestras desaveniencias. Tu castigo es cóncavo allí donde nuestro dolor es convexo. Tu brazo es derecho allí donde nuestra necesidad es izquierda. Tu firmeza es única allí donde nuestra debilidad se repite.

Añoro la forma en que me aliviabas la espalda y me recogías el cuello. Siento una nostalgia inservible de la forma en que mis piernas se abandonaban a ti. Y sigo sin explicarme cómo estando contigo nunca me sobró nada, cosa que sí me ocurre por las noches, cuando dando vueltas en mi cama no sé dónde poner el brazo que queda debajo.

Lejos en las horas y la geografía, desde esta grosera posición de ángulo recto, te echo de menos y me pregunto qué será de ti hoy.

Mi lejano, inolvidable y fiel sofá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario