miércoles, 2 de noviembre de 2011

De los homenajes.

Tengo un amigo, Miguel, que ha escrito un poema a su gato. Es de una belleza perfecta (el poema, no mi amigo). En realidad han sido varios poemas y ya es casi una saga. Podría decir que Miguel es poeta, pero sería como clavar una cometa a una pared. Él es bastantes más cosas que eso.

No pocas veces me he preguntado porqué sacamos tanto talento para homenajear, por ejemplo, a nuestras mascotas, y no aflora cuando tenemos que hablar de las personas que amamos. Es más, no pocas veces la oratoria hace su aparición en los funerales, acaso porque ya no tendremos la desaprobación del homenajeado, pero en vida nos reprimimos y distraemos la creatividad hacia otros objetivos mucho menos trascendentes.

Visto desde otra perspectiva, las veces que he intentado bordar algunos acordes para dedicárselos a mi pareja, mis hijos o mis padres, he concluido que ellos no se merecen tal castigo y que mis limitaciones jamás podrían expresar todo lo que representan para mí. Ayer mismo contaba que en un cumpleaños le dediqué una canción a mi abuelo, y recuerdo nítidamente la sensación de frustración que sentí al terminar de cantar. Me pareció tan poca cosa, tan superficial, tan insignificante, que temí haberlo ofendido pese a su caluroso agradecimiento.

Creo, sin mucho argumento, que el temor de no estar a la altura nos bloquea. Escribir un poema a un animal o cantar a un pueblo sólo precisa superar el juicio estético en general, y aludir a sensaciones comunes llegado el caso. En cambio, ni todas las óperas del mundo podrían representar ni remotamente mis sentimientos por mi familia, por ejemplo, o la gratitud hacia determinadas personas. Al mismo tiempo, todo homenaje conlleva antes de su elaboración una especie de balance, de inventario de sentimientos. La cercanía y lo cotidiano no suele dar espacio para esta tarea que requiere mucha reflexión y de un ambiente propicio. Y por supuesto, a ojos extraños ciertas confesiones resultarían de una cursilada insoportable.

Así pues, pude entender a mi amigo, Miguel, por el poema a su gato y a otras debilidades que lo fortalecen sin por eso sentirme culpable de deberle una canción a mi madre, a mi tía, a mis hijos, a mi Chiqui, quienes intentaron hacerme mejor y feliz. Nunca seré capaz de crear algo en su honor, pero eso tiene dos explicaciones: Se merecen demasiado... y yo no tengo tanto.

1 comentario:

  1. Bueno, los homenajes y los elogios son para los débiles de espíritu que los necesitan y, sobre todo, para los que necesitan hacerlos y decirlos. Así que básicamente están tan bien ambos como la ausencia de ellos.

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