lunes, 14 de noviembre de 2011

Bomberos y voluntarios.

En mi ciudad natal los bomberos eran voluntarios. Al menos lo eran mientras viví allí, y tal como han ido las cosas podría sospechar que aún lo son. Como si el oficio de bombero no fuera suficientemente duro, además era voluntario. Se sostenían con eternas rifas de coches, eventos diversos a lo largo del año y casi no había ninguna fiesta o celebración en la que ellos no tuvieran presencia para poder recaudar fondos y hacer conocer su labor.

Tratando de difundir los méritos de su trabajo, un domingo de primavera organizaron un incendio cerca de mi casa, en un área normalmente destinada a la instalación de circos y parques de diversiones ambulantes. Prepararon una cabaña de considerables dimensiones, prácticamente toda de madera, y en un poste cercano colgaron un neumático. Al atardecer, los vecinos de la zona nos acercamos expectantes para ver a aquellos jóvenes y hombres en acción, por una vez sin más riesgo que el que ellos decidieran correr. Recuerdo ir agarrado de las manos de mi madre y de mi padre caminando por aquel guadal aún tibio por el sol de la tarde, despistado por el ambiente festivo que reinaba en la gente. Se suponía que íbamos a ver un incendio.... Una instalación de megafonía difundía música de marchas militares, acaso por la inevitable asociación de los uniformes a todo lo castrense. De vez en cuando, un locutor de reconocida fama local nos informaba que faltaba poco para que comenzara la demostración.

Varias veces después de faltar poco, prendieron fuego a la cabaña y, no sin trabajo, al neumático colgado del poste.  El sol casi se había escondido precisamente detrás de la cabaña según mi punto de visión. Quitada ya la música que había estado torturándonos todo el tiempo, sólo se escuchaba al locutor retransmitir lo evidente e informarnos que se había llamado a los bomberos desde el teléfono público más cercano con todo éxito, cuestión nada trivial teniendo en cuenta que eran los inicios de los años 70 y las comunicaciones eran bastante complicadas.

Unos cinco minutos después se escuchó la sirena de tres autobombas, y los bomberos hicieron su aparición rodeando la plaza San Martín, con cierto peligro en el momento de tomar la curva final, inclinando sus vehículos pesadamente sobre un lateral y otro alternativamente. Saltaron al unísono de sus camiones en una maniobra mil veces ensayada, desplegaron mangueras siguiendo las instrucciones de su capitán, las conectaron a las salidas de agua y abrieron las válvulas. Dos equipos de bomberos atacaron el fuego de la cabaña y el tercero el neumático.

Bien pronto se vio que la empresa no sería fácil. La cabaña ardía a toda velocidad y el neumático iba a ser un hueso duro de roer. Giraban alrededor de la construcción en llamas que para entonces no se sabía lo que era sin conseguir aminorar ni siquiera remotamente la voracidad del fuego. Luego de varias maniobras, los tres equipos se concentraron por unos momentos en el neumático y consiguieron asfixiarlo, lo que desató un caluroso (nunca mejor dicho) aplauso de reconocimiento de todos los que estábamos allí y la euforia del locutor que festejaba el modesto éxito como el más fanático de los relatores deportivos. Los tres equipos volvieron entonces a la cabaña y atacaron con sus tres mangueras a máxima presión dispuestos a acabar con la rebeldía de esa impresionante hoguera. Tal era la furia con que intentaron extinguir las llamas, que las maderas ardientes finalmente cedieron a la presión del agua y la construcción se derrumbó en un estrépito sordo, y pequeñas brasas ardientes se elevaron en la noche como infinitas luciérnagas.

Amontonada la estructura sobre sus propias ruinas, fue consumiéndose frente al ataque feroz del agua que ahora operaba con ventaja. Casi al mismo tiempo que se apagaban las llamas de los escombros, el neumático resucitaba y atacando a traición volvía a arder. A estas horas el locutor, perdido el entusiasmo que lo había acompañado hasta el derrumbe de la cabaña, divagaba sobre los peligros del fuego, la importancia de la prevención, lo duro del trabajo de aquellos bomberos ahogados en su propia celebración, y el ánimo de la gente en general oscilaba entre la pena por esos muchachos y el miedo de que algo así pudiera ocurrir en sus casas. Los tres equpos se concentraron pues en el neumático desfigurado que por fin se apagó en un estertor de humos ante la fuerza del agua, justo cuando a uno de los camiones de bomberos se le acababan las reservas. Un aplauso de caridad cerró el evento y mis padres y yo nos fuimos antes de que los agotados bomberos empezaran a recoger sus equipos.


No sé cómo estarán de equipados y preparados los bomberos de mi pueblo a día de hoy. Entre las peripecias que he vivido trabajando en el tercer mundo, cuento la de algún que otro incendio y puedo decir que las herramientas destinadas a paliar las miserias de los pobres no suelen ser espléndidas. La lucha contra el fuego es un combate desigual y que en cualquier momento puede descontrolarse, tanto más cuanto mayor es la ignorancia y la precariedad de la vida. Frente a él hay quien reacciona con miedo y otros que lo atacan antes de que sea tarde, aún con riesgo para su propia seguridad. En ambos casos, si no se tiene adónde ir o con qué luchar, no hay margen para otra cosa que la buena suerte.

Hoy, en un mundo de organizaciones que aglutinan voluntarios de toda clase y que cuentan con apoyos insospechados hasta hace poco tiempo, me permito recordar a aquel hombre que hacía suyo como nadie el lema de "somos lo que hacemos", y que registraba todas sus emociones con una intensidad que sólo tienen aquellos a quienes le importa el prójimo y sufren por él, aunque sólo se trate de la acartonada existencia de un maniquí.

1 comentario:

  1. En Alemania, al menos en mi ciudad, hay un servicio de bomberos profesionales del ayuntamiento y ocho brigadas voluntarias para los once barrios.
    Nunca había oído hablar de bomberos voluntarios.

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