lunes, 7 de noviembre de 2011

Catedral de niebla.

En cualquier otro lugar la niebla es una presencia molesta, incómoda, que nos aparta de nuestro camino. Se nos pega a la ropa plastificándonos, llenándonos de irritabilidad, en silencio, como una llovizna que nunca llega al suelo y flota a nuestro alrededor eternamente. Pero en la plaza de la catedral de Oviedo, cualquier noche de otoño es casi indispensable contar con ella para poder apreciar la magia severa que rodea la zona. La torre única otea el horizonte con absoluta indiferencia, pero uno tiene la sensación de ser vigilado de reojo por sus ventanas mudas. Según el estado de ánimo, puede sentirse que es una vigilancia protectora, de control o de asedio a nuestras intenciones.

En todo caso, aquellas noches de octubre, he fingido admirar su arquitectura con ojos de ciudadano mundano, pero me he cuidado bien de pasar a su lado sin perturbar su mutismo. Por si acaso.

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