martes, 15 de noviembre de 2011

Demasiadas opciones, ninguna opción.

Aún recuerdo la primera vez que vi un yogur. Era un frasco de vidrio con una tapa metalizada y dentro tenía un producto blanquecino, espeso, de olor sospechoso y con sabor a nada tendiendo a lo ácido. No había etiqueta en el frasco y la información de la tapa era básica y trivial. Apenas una marca y su fecha de caducidad. Parecía leche vieja. Imagino que promoviendo la economía empezaron a aparecer máquinas para hacer yogur. En realidad eran multiplicadoras, porque de un yogur se sacaban ocho. Más tarde, a alguien se le ocurrió darle variedad al asunto y apareció el yogur de vainilla, de un extraño sabor agridulce.

En poco tiempo se desató la competencia y casi todas las empresas lácteas comenzaron a fabricar yogures, y sólo se distinguían en el envase porque el producto era prácticamente el mismo. Llegó el plástico con dibujitos de colores y supuestamente eso debería haber abaratado el producto, pero no. La decoración costaba tanto como el vidrio. Casi al mismo tiempo hizo aparición en el mercado los yogures de frutilla/fresa, limón, durazno/melocotón, y no sólo tenían sabores, sino que ya empezaron a incluir frutas.

Alguien en alguna parte se volvió loco con el frutero y empezaron a fabricar yogures de todas las frutas conocidas y, cómo no, yogur de chocolate. Luego vinieron con cereales en un envase separado que había que abrir y mezclar, con pasas de todo tipo, con las dos cosas, desnatados, con bífidus, probióticos, con fibra, semidesnatados con sabor a fruta pero sin la fruta, griego, y empezaron a ganar tanto prestigio que no pocos restaurantes empezaron a ofrecerlos como postres. Incluso en algunos hoteles está en los desayunos, lo que da una idea de lo versátiles que pasaron a ser.

Algo parecido ocurrió con otros productos. La margarina, la mayonesa, el queso untable, las patatas fritas, el paté, el café instantáneo, el aceite (que puede ser virgen, extra virgen o recontrarchimegasúpervirgen)... ¡¡¡¡el papel higiénico...!!! Parece lógico que el mercado ofrezca opciones, pero ¿tantas...? Cuando uno encuentra el paté que le gusta, la margarina que casa con la tostada, la mayonesa que tiene el punto justo para nuestros platos, aparecen otras variedades y como lo novedoso necesita una primera línea de góndolas, nuestros queridos productos que se almodaban a nosotros perfectamente empiezan a quedar relegados al final, cuando no desaparecen lisa y llanamente. Entonces probamos lo nuevo. No nos gusta. Queremos volver a lo anterior. Ya no hay. Volvemos a lo nuevo. Nos adaptamos. Olvidamos el sabor anterior. Nos empieza a gustar lo nuevo. Ya está, ya es nuestro. Pero sale algo más nuevo aún y lo nuevo que era nuestro pasa a ser viejo otra vez, y ya no está a mano y vuelta a empezar.

Eugenio contaba que cierta vez fue a comprar champú y le preguntaron si lo quería para cabello liso, rizado, teñido, rubio, castaño, dañado, graso, seco, etc. Él contestó que lo único que quería era champú para cabello.... sucio.

Ya no puedo comprar ciertas cosas eligiendo, porque para cuando termino de leerme todas las etiquetas ya han discontinuado el producto que finalmente escogí y me gustó. Y mezclados con los yogures, las mantequillas, las margarinas, los patés y los quesos untables, siempre hay alguna botella de aceite que alguien arrepentido de su elección, abandona en el primer lugar que encuentra. Y a veces ocurre lo contrario, que es aún peor; cuando un yogur o un helado es olvidado en una estantería no refrigerada y agoniza entre botellas, plantas o herramientas, según sea el lugar donde el cliente se lo pensó mejor. Y no pocas veces, el helado en envase de cartón, deformado y sangrando ¿yogur?, es devuelto al congelador en un tardío intento de reanimación.

Yo quiero que vuelva mi dulce de batata Noel, el dulce de leche La Serenísima, el yogur de fresas de Danone, la mayonesa Hellmans, las galletitas Express, el salame 66, la leche Sancor, el antitranspirante Valet, el gruyere de Magnasco, la yerba Nobleza Gaucha, los helados de Juber, y que tengan el sabor de entonces, las prestaciones de entonces, y que estén en primera línea en un supermercado donde todo el mundo se conoce y se saluda, comenta lo cara que está la vida y que lo importante es la salud. O por lo menos, que me lo pongan más fácil y que pongan un área de productos tradicionales, de los de toda la vida, y en otra zona, que incluso pueden decorar estilo Star Wars, los de nueva generación.

Quiero poder elegir sin estresarme entre lo que me gusta y lo que me ofrecen. Y cuando tenga el día loco, ya merendaré patatas bravas con sabor a jamón, untadas con mayonesa al alioli y me zamparé un yogur 0% calorías con todo el sabor de la fruta, pero sin la fruta.

Pero quiero que sea mi opción.

1 comentario:

  1. Una de las cosas que siempre compro cuando voy a España es un "pack" (porque se ve que no tenemos palabra para eso, o al menos no describe tan bien lo que se quiere decir) de cuatro yogures de frutilla sin frutilla, de esos que se pueden sujetar metiendo el dedo en el espacio que queda entre los cuatro. Acá los venden sólo por unidades y siempre, siempre, siempre, con cachos de fruta. Y no tienen suero que tirar por la pileta al abrirlo.

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