viernes, 4 de noviembre de 2011

Encuentro fugaz.

Él y los que están con él la han visto. En realidad ella está haciendo todo lo posible para ser vista y deseada, así que no podemos decir que ellos sean grandes observadores sino que simplemente picaron. Pero él quiere ser el elegido sin que parezca que está limosnando su atención.

A su vez ella ya ha elegido. Es más, tiene hasta un menú de posibilidades y él es la primera opción, pero no se lo demostrará. Quiere que él se sienta evaluado y hacerle sentir que si aprueba, será porque ella es así de generosa, no por los méritos de él.

Él sabe que tiene que emplearse a fondo, pero sin demostrar que se esfuerza, sino que ser encantadoramente perfecto es su estado natural, cotidiano. Nadie quiere ceder terreno ni dar la sensación que el otro tiene algo que uno quiere, y allí están los dos, todos en realidad, estacionados en esa distancia intermedia en la que nada pasa.

Pero siempre se ha dicho que él se tiene que acercar y dar el primer paso, y si no lo hace lo hará otro. Los primeros instantes son cruciales. Con movimientos lentos, felinos, él va llegando hasta donde ella se encuentra. Intenta sorprender, llegar sin ser visto y cree tener controlado el tempo de la acción, pero ella vigila de reojo y en su interior empieza a recoger las redes. El fruto de su plan ya está en camino y salvo desastre final, sabe que ya está hecho. Ya es suyo para lo que quiera.

Ya está junto a ella y suelta los primeros sonidos midiendo sus reacciones y calculando el tono de sus próximas expresiones. Ella lo juzga apto. No hay decepción evidente. Superado ese primer instante, ese rito de aduana, viene el baile.

La danza es una excusa, un preámbulo, casi una emulación de lo que ocurrirá luego si él aprueba y ella cede. En cada movimiento están poniendo ¡por fin! las cartas sobre la mesa. Y como todo ha ido bien, se han encontrado, han creído merecerse y el juego ha terminado como querían. Ambos se sienten ganadores porque ambos creen haber hecho con el otro lo que desde el primer momento deseaban. Y aunque la historia es la misma cada vez, aunque cambien uno o los dos protagonistas, el sabor de la victoria se renueva y el ejercicio de alimentar el orgullo, la autoestima, la vanidad casi ensombrece el profundo placer que ambos sintieron, cada uno en su propia burbuja.

Se alejan el uno del otro porque ya no se necesitan. Entre ellos se sienten perdedores aunque no lo reconozcan y se ufanen de haber conquistado el deseo ajeno.  Él finge indiferencia. Tiene que parecer mundano. Ella olvido. Debe ser fría.

Por lo pronto, el futuro de la manada está garantizado hasta el próximo periodo de celo y apareamiento.

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