lunes, 26 de diciembre de 2011

Navidad y fin de año, o el calvario de festejar.

Casi desde que tengo memoria me ha llamado la atención esta costumbre de festejarlo todo comiendo, y en especial hacerlo como si nunca más en la vida fuéramos a probar bocado. Y si lo analizamos bien, muchas de esas celebraciones pasan por ciertas costumbres que vienen heredadas de algún rito religioso, como los casamientos, bautismos, comuniones, Semana Santa y cómo no, Navidad. Quedan algunas excusas complementarias como los cumpleaños, aniversarios y el cambio de año para no perder el ritmo de engullir hasta el hartazgo de vez en cuando. Por si alguno tiene la mala suerte de nacer y casarse en la última semana del año, siempre podrá celebrar su onomástica para el caso que toque en un mes algo más alejado de tanta conglomeración de festejos.

En mi niñez las fiestas de fin de año se resolvían en casa de mis abuelos, con el infaltable asado criollo y alguna que otra vez con la presencia de tallarines caseros, amasados a mano por mi abuela o mi tía. Poca diferencia tendrían esas reuniones con las de un domingo cualquiera si no hubiera sido por dos factores que definían claramente que se trataba de una ocasión especial: la cantidad de comida y bebida y la incorporación de productos más propios del invierno que de los veranos criminales que solíamos gastarnos en el centro y norte de Argentina.

Las cenas y almuerzos estaban dimensionados como para resistir la llegada inesperada de cualquier visita, en cualquier número y con el nivel de apetito y sed que fuese. Allí había suministros para resistir el bloqueo del país durante un mes, y el nivel de calorías era de tal magnitud que parecía un milagro que nadie reventase comiendo y bebiendo. Los escarceos previos estaban generosamente cubiertos con quesos, fiambres de alto contenido en grasa (nada de pechuga de pavo), frutos secos, algún pan con chicharrón, todo ello generosamente regado generalmente con vino, vermouth o sidra achampañada bien fría. La cerveza por aquel entonces era más propia de las salidas veraniegas de los sábados por la noche. Si se trataba del almuerzo del veinticinco de diciembre o del primero de enero, siempre había algún rezagado tomando mate y enlazando el desayuno tardío con el aperitivo eterno.

Los niños solíamos emplear las horas que los adultos dedicaban a las bebidas preliminares a arrojar petardos y cañitas voladoras, cuya base de lanzamiento era inevitablemente una botella de sidra vacía. A la hora de sentarse formalmente a comer, los únicos que tenían conciencia de tener hambre éramos nosotros, ya que los demás llevaban comiendo desde que llegaban. Aún así, no había rechazo ninguno a todo lo que fuera "probar un poco de todo", como si nunca en la vida hubieran probado un trozo de carne o un chorizo. ¿Acaso esperaban que tuvieran otro sabor por ser fin de año? ¿A incienso quizás...? Y el postre era una ensalada de frutas a la que se la inundaba de bebidas alcohólicas y se la bautizaba con el inexplicable nombre de "clericó". A los niños nos cambiaban la bebida alcohólica por "naranjada", o sea Fanta naranja o Crush, su equivalente local.

En Nochebuena y Nochevieja, a las 12 de la noche, se destapaban sidras como si fuera la gran inauguración, sin tener en cuenta todas las que se habían bebido anteriormente, y se desparramaba sobre la mesa a medio retirar y aún sudando grasa de la carne y salsa de las pastas, un ejército de turrones, pan dulce, roscas, confites, garrapiñadas, maní/cacahuetes con chocolate y toda suerte de productos cuya sola mención producen en verano una sensación de agobio digestivo, que por algún extraño motivo no hace acto de presencia en esas horas tan señaladas.

No había señal objetiva ni hora fijada para dar por terminada la celebración. Eran como unas olimpíadas en las que nadie podía abandonar pero no quedaba claro cuál era la meta ni el límite. Cuando la reunión no era tan familiar y se acudia a alguna bailanta de barrio, la música iba marcando la marcha de la fiesta y quedaba claro que a las cinco de la mañana era una buena hora para ir retirándose. Por si alguien se despistaba, el silencio brutal y el cierre de todo puesto dispensador de bebida le despejaba cualquier duda al respecto. Pero en casa de mis abuelos o en la de cualquier pariente no había horarios ni planificación. Lo mismo se terminaba el almuerzo cuando empezaba la cena -preparada a bases de sobras y algún "refuerzo"- que se esperaba a que alguien empezara a recoger sus trastos para amagar irse, como tanteando el terreno para ver si alguien más lo acompañaba en una retirada digna, ya que solía estar mal visto irse el primero.

En las reuniones familiares de mi infancia no faltaba la música pero siempre escaseó el baile. Más bien éramos adictos a las charlas, chistes y juegos de mesa que se regaban generosamente con las bebidas sobrevivientes. Quizás de esa época me viene el amor por las reuniones de cara a cara, con historias familiares y anécdotas que siempre se contaban igual, sin tener que estar obligado a seguir con las piernas el ritmo de insufribles canciones que en un día normal no me atrevería ni a mencionar. O tal vez, se comía tanto y tan mal que no quedaban fuerzas para el ejercicio físico... quién sabe... Lo cierto es que esas maratones de comida nos unían, y se aprovechaban los momentos en que el otro tenía la boca llena para hablar. Nunca hubieron silencios incómodos, pero no tengo el recuerdo del ruido insoportable que suelen caracterizar los festejos de hoy, acaso porque quieren impedir que nos comuniquemos por si acaso. No vayamos a darnos cuenta que no tenemos nada en común...o que lo tenemos todo. Quizás por eso me cuesta tanto sentirme festivo en el barullo inconsistente y disfruto como loco en los cumpleaños de los niños. Ellos sí saben qué se celebra y cómo hacerlo, y disfrutan de todo hasta la última gota. Y son contagiosos. La algarabía forzosa me produce una desazón inexplicable que entiendo se interprete como antipatía, pero tengo tantas cosas simples y cotidianas que celebrar cada día que no me siento con energías para malgastarlas en ningún festejo sin sentido.

Un gran poeta y humorista argentino, el chaqueño Luis Landriscina, describía hace tiempo una reunión familiar navideña en Argentina, al menos en una parte importante de ella. He encontrado el audio de aquellas reflexiones y no he podido menos que sentirme identificado en todo. Gracias a estas cosas uno aprende a reírse de sí mismo y de sus costumbres, muchas veces absurdas.

Supongo que dentro de unos años nos reiremos de nuestras tonterías de hoy. Mejor dicho, deseo que así sea.


jueves, 15 de diciembre de 2011

Denuncias policiales.

Cuando uno acude a hacer una denuncia a cualquier delegacion de policía, no se encuentra precisamente en su mejor momento de ánimo. Aún así, algunas situaciones rozan lo kafkiano, como ocurre en algunos lugares donde es más probable que el denunciado sea amigo "de la casa" y el denunciante pase más tiempo en la comisaría que el propio delincuente.

Hace algunos años, en Argentina, tuve una experiencia en este sentido. Entré a mi vivienda por la puerta principal y al llegar a la cocina me encontré un ladrón entrando por la puerta del patio. Mi instinto me asesoró que el que amenazaba primero ganaba, y con un grito de banzai criollo espanté al individuo. No conforme con eso intenté una persecusión que probablemente estaba deseando que fuera infructuosa y, quizás, por eso no alcancé al fugitivo. No sé qué (me) habría hecho si lo hubiera alcanzado. Los vecinos llamaron a la policía con un considerable retraso en una época en que el teléfono era un artículo más bien prescindible, y los parsimoniosos agentes hicieron acto de presencia una hora después, dejando claro antes de saludar que había que pagarles el combustible del desplazamiento.

Para abreviar, al día siguiente hice la denuncia, indentifiqué al individuo luego de ver unas 1.500 fotos, y la policía, después de infinitas preguntas y un insufrible lenguaje de sumario, me proporcionó la dirección del sujeto para que me tomara la justicia por mi cuenta, ya que por ser un barrio conflictivo ellos no solían patrullar la zona.

Recientemente hice otra denuncia en Brasil por uso fraudulento de mi tarjeta de crédito, y lo único que ha cambiado es que en vez de usar aquellas viejas máquinas de escribir, disponen de un sistema informático no apto para este tipo de usuarios. Las horas de espera me sirvieron para confirmar lo variopinto que es el tráfico de personas, animales y cosas en esos lugares. Digamos entre paréntesis que el asunto se resolvió sin la intervención de la policía ni del banco en el que tengo mi tarjeta, sino con una llamada telefónica de mi hijo a PayPal, haciéndose pasar por mí y proporcionando los datos de la operación en un tono de razonable indignación, siguiendo así el consejo policial que había recibido en la denuncia que antes mencionaba.

Conservo la reciente "queja", que es como por aquí se llama este documento, pero quizás aún es pronto para que vea la luz como ejemplo absoluto de ridiculez. Estas instituciones suelen tener el mismo sentido del humor que Rambo con hemorroides. En cambio y a modo de compensación por mi autocensura, he encontrado en internet la transcripción literal de una famosa denuncia que ilustra con total eficacia lo que quiero decir sobre estas experiencias. En su día, tuve en mis manos una fotocopia del original y casi gasto las letras releyéndola.

Copio y pego, no sin antes volver a dejar claro que el lenguaje, la ortografía y las expresiones, además de ser réplica literal del original en poco difieren de lo que se podría leer en una denuncia actual, al menos de este lado del charco. Si no fuera así, este documento sería simplemente anecdótico. Pero obviando las fechas, es de una actualidad aplastante. Por cierto, ha sido fácil localizarla gracias a una expresión que jamás pude olvidar: "Blanqueada de verde".


Fuente: http://www.lagazeta.com.ar/


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 Comisaría de: Las Flores ATUACIÓN POLICIAL Nros 3 DE 1909 Del Señor Comisario Don Marcos Andrade.


Denuncia de Angélica Solores contra Bonifacio estrella, acusándolo de aber abusado de ella y de sus dos hijas.


El día de oy, 15 denero de 1909 se presenta ante mí, Marcos Andrade, Comisario de Policía de Las Flores, una mujer que dijo venía a levantar una denuncia, y que respondiendo a las preguntas que le hizo contestó llamarse Angélica Flores, viuda (no sabe de quién), santiagueña de treintaiocho años deedá quien vive en una casa blanqueada de verde que ay al otro lao de la estasión, en el camino que va pal matadero. Dispues deso "le pasé" la palabra a eya y dijo: que la primera me se casó con Francisco Carreño, de quién tuvo dos hijas, la Micaela, y la Dolores, de 18 y 15 añios deedá cada una deeyas, que eran mui felises pero un día el se fue a trabajar a la cosecha, pero como estuvo cuatro años sin volver palas casas ni dar señales de vida, eya creyéndolo muerto se volvió a casar con el Casimiro Reyes, con quién tuvo otros tres hijos más.


Que no sabe porque causa Reyes también la abandono hace ya mucho tiempo, y como no está sigura si dos maridos están muertos o no, es que no sabe de cuál deyos es viuda. Que hace un añio se conoció con el Bonifacio Estrella, foguista de tren, quién quiso casarse denseguida con ella, pero ladisente de miedo que le pasara lo mismo que con los otros maridos no le dio el sí y solo le asetó vivir arrimada con él pero guardandole el rispeto, como si fuera su esposo endeveras, que el Estrella se portó bien al prinsipio, era cariñioso con sus hijas y corría con los gastos de la casa. Pero muy pronto la disente, sedio cuenta que entre él y la Micaela, haiba algo y no está desasertada porque cuando aclaró las cosas resultó que su hija ya estaba gruesa y que el sedutor era su propio marido.


Que por supuesto ubo un gran baruyo entre ellos, pero como se habían acostumbrado a vivir todos juntos, arreglaron las cosas, pero como marido de la Micaela, con ella "nihablarse". Claro que eya sentía perderse un marido jóven y con empleo como Estrella, pero dispuso de lo que pasara "que iba aser" que la disente le entregó a la pareja su cama matrimonial y eya se fue a dormir en el catre que usaba antes la Micaela, que las cosas siguieron bien un tiempo nomás, porque el cartero Prutorio Gómez al verla libre a la disente empesó cortejarla, pero al enterarse Estrella de esos amores, le proibio Gómez, que se llegara a las casas, alegando que mientras él sostuviera la familia él mandaba.


Que la disente reconoce que Estrella tiene rasón en parte, pero que eya también la tiene, porque ya que él la dejó por su hija no puede proibirle a que eya busque la felicidad al lao de otro ombre. Que apesar de sus protestas Estrella se impuso y la disente le izo caso porque comprendía que apesar de sus caprichos el ombre no es malo del todo y le desía que por ay le acía unas caídas pero la disente no aflojó. Y cuando después de tantas desilusiones pensaba renunciar a los ombres buscando felicidad del nieto que la Micaela esta con filo, risulta que el Estrella se le manda mudar llevándose a la otra a la Dolores, de quinse añios deedá, y de yapa media sonsa, porque si nó no se explica como puede haberseido con un ombre así.


Que si la disente etubiera en otras condiciones no pediría nada pero obligada a dar este paso teniendo en cuanta a que dispué de lo ocurrido es muy difícil encontrar otro ombre que se quiera ser cargo de la familia. Que por eso presenta esta denuncia pidiendo a la autoridad que le hagan justicia obligando a Estrella a volver a la casa y que se cace con cualquiera de sus hijas. (subrayado en el original) asi se ciente más obligado a cumplir sus compromisos y que si el no quiere casarse con las muchachas la disente a pesar del resentimiento que le guarda estaría dispuesta a sacrificarse casándose con él nada más que para salbar el honor de la familia. Está todo lo que ha dicho, di por terminada la denuncia, firmando la disente conmigo y los testigos son Froilan Sombra, mas conocido por el Rengo Sombra, el peluquero Vitorio Avalos, vecinos de esta comisaría y ombres de toda mi confianza.


Fdo: Marcos Andrade Angélica Solores Vitorio Avalos Froilan Sombra


Nombrese: Al sargento Feliciano Troncoso para que pida prestados dos cabayos y en cuanto pueda salga atrás de la pareja y la agarre ande aya.


Fdo: Marcos Andrade




La Flores, veinte de enero de milnovecientos nueve:


Abiendo vuelto el Sargento Troncoso trayendo la pareja que se disparó, resuelvo que se presenten ante mi presencia, para tomarle declaración.


Fdo: Marcos Andrade




Un rato mas tarde la ago trair a mi escritorio a la menor Dolores Carreño que estaba detenida por averse mandao a mudar con el marido de la hermana y habiendo prometido que contaría todo lo que hab sucedido, empesé por preguntarle por cuantos años tenía y las demas cosa que se preguntan a las personas que cain presos, contestando yamarse como ya lo dijo al principiar, hija de su madre Angélica Solores, santiagueña tamien, como toda la familia, tiene no mas de quince añios y no sabe escribir cartas ni leerlas y si firmar. El suscrito tiene la obligación de dejar constancia que la muchacha bien desarroyada y que a pesar dela edá que confiesa, ya es mujercita y buena. Prieguntada si sabe preguntada si sabe por que a caido presa contesta: que sabe que la an tomao poraberse fugado con Bonifacio Estrella , preguntada para que cuente todo lo que aiga pasado contesta: que eya lo quiere a Estrella deside que lo conoció y que el le correspondió denseguida pero como ella era algo chica todavía y el tenía compromiso con su madre y su hermana la Micaela, resolvieron esperar; que ase una semana Estrella la a probao como mujer y está muy conforme con ella y que si no la quieren creer que se lo pregunten a Estrella. Preguntada para que diga si está o no arripentida del paso que a dao contesa: que no se arripiente de nada, que Estrella ya ha cumplido con su madre y su ermana y bastante que a debido esperar mientras el las atendia a eyas antes que a la disente y lo justo es que aura se lo dejen a eya siquiera por un tiempo para que el pueda conocerla mejor y dispues diga con quien quiere quedarse. Que su madre ha hecho esta denuncia por despecho y no quiere desir otras cosa piores para que la gente no able. Ante la repentina salida de la muchacha termino con eya firmando los dos con los mismos testigos que usé la primera ves.


Fdo: Marcos Andrade Dolores Carreño Vitorio Avalos Froilan Sombra


Dispues lo ago pasar al causado que fue tomado prisionero junto a la mujer que disparó con él y como el ombre me prometiera decir la verdá de todo, emprincipié por preguntarle quien era, contestándome en presencia mía y del Sargento Troncoso que no me deja mentir, yamarse Bonifacio Estrella, Santafesino como de veinticinco añios, casado, bien parecido y buen empleado del Ferrocarril del Sur.


Apriguntas si se a estao preso y tiene antesedentes contesta: "nunca" Preguntao si sabe por que a caido preso contesta que sabe que loemos agarrao por lo que a echo y se pone a disposición de la autoridad. Preguntao para que cuente como an pasao los cosa, contestando: que lo único que a echo es fugarse con la Dolores porque la quiere y eya lo corresponde. Preguntado si antes vivía con la Micaela Carreño, contestó que es verdá, que ella está por tener un ijo del disente y que la quiere mucho tambien porque la muchacha es buena y no se habria sentido animada a meterlo en este enriedo sino que la madre qui a echo todo el baruyo enojada porque al prinsipio vivía con eya y dispues la dejó.


Preguntado si le ha dado palabra de casamiento a alguna de eyas, contestó que no, porque el disente ya es casado con la Rimualda Bustos, pero que si la mujer muere pronto como tiene esperansa, porque la pobre asi viendo questá enferma, entonses talves piensa cumplir con la Dolores, aunque sea, pero con la vieja nunca. Preguntado si su esposa sabía de sus relaciones con las Carreño, contesta: que sabía todo, pero que el disente cumple con sus obligacione y no tiene ningun visio, antes de ande chupando y jugando por los boliches, su mujer permite que tenga esas distracciones ajuera de la casa, pues como es mujer es sensata, comprende que esta eya enferma y siendo el disente ombre sano y joven, tiene que tener tentaciones. Preguntado si no se le a dao de decir alguna cosa contesta: que quiere desir ante al autorida que no se ciente culpable de nada, y que si bien reconoce que a echo vida marital con la Angelica Solores y sus dos hijas, tambien es cierto que sostenía a toda la familia con su trabajo y entonces lo justo es que eyas le pagaran de alguna forma el servicio que el les asía. Como ya se a echo tarde y no tenemos velas en la comisería terminamos con esta declarasión firmando los tres con el sargento Troncoso, porque los testigos que usamos siempre nos pidieron que los dejemos descansar por esta vuelta y les emos dado con el gusto.


Fdo: Marcos Andrade Bonifacio Estrella Troncoso Sargento




Las Flores, 25 de enero de 1909






Pareciendo al suscrito que la mujer Dolores Carreño se a disparado por su gusto con su sedutor Bonifacio Estrella y que entre eyos se quieren, resuelbo largarlos al los dos, ya que viviendo juntos no an echo mal a naides pues ay que tener en cuenta que aunque sea casado, su mujer es inferma y no le sierve para nada. Pero para que mi consencia quede tranquila voy a mandarle el sumario al mismo Jefe de Policía del Departamento para que lo rebise y diga si está bien o no lo echo por mi.

Fdo: Marcos Andrade

Las Flores, 25 de enero de 1.909

Señor Jefe de Policia Don Liberato Monje Querido Compadre:

...Con el cartero Gomez que va a Mercedes a comprarse ropa y hacerse retratar para antes de casarse te mando la denuncia que a levantao nuestra comisaría doña Angélica Solores, viuda (no sabe de quien) contra Bonifacio Estrella, un buen muchacho de que a sido marido de la denunciante y de sus hijas, la Micaela y la Dolores, para que rebises el sumario y me digas si está bien o mal lo que el suscrito a resolvido por su cuenta. Como me parece que al tal Estrella le gusta mas la Dolores que es la mejor de las tres, yo los e dejao en libertá a los dos porque me parese que a nosotros que alguna ves fuimo tambien potros no tenemos derecho a estropear la felicidad de naides. Vos arás la que te paresca, porque para eso sos el jefe, pero mirá, pa mi que la vieja a echo denuncia por despecho nomas, dispue que el mosito la cambió por sus hijas y por eso me parese que si los dejamo en libertá, se an de volver arreglar entre ellos otra ves. Es sierto que el a sido marido de todas, pero pensá tambien que si el ombre les daba de comer, no es justo que las tres comieran de sus costiyas y de arriba nomas.
Total: que si lo metemo preso a él ellas se van a arreglar con el primer projimo que se arrime a pararles la oya y entonces, ante que anden cambiando de monta, me parese lo mejor dejar las cosas como están, asi eyas siguen viviendo con Estrella no mas y el cuidando la decencia de las casas (Que decis vos)

Escribime. Tu compadre.

Fdo: Marcos Andrade

Jefatura de Policia Departamento de Mercedes Enero 26 de 1909

Y visto: El sumario instruido por denuncia de Angélca Solores acusando al Bonifacio Estrella de abusar de eya y de sus hijas.

Y considerando: que tanto la denunciante como sus dos hijas son tan mujeres en estado de merecer, las que deben ya saber lo que le conviene y puesto quean vivido muy a gusto con el acusado mientras él les daba de comer, y solo se quejan aora cuando cansado de sostener la familia las abandona para quedarse con una sola, lo que me parece muy bien echo, puesto que según se mire el abuso es mas de eyas que del él.
Resuelvo: Aprobar lo procedimiento del comisario de Flores Don Marcos Andrade y disponer el archivo de estas atuaciones. A ruego del Señor Jefe de Policía Don Liberto Monje por no saber hacerlo, firmado
Emilio Demilio Secretario y Comisario de Ordenes

Musicoterapia.

domingo, 11 de diciembre de 2011

De las tragedias domésticas (I).

Una de las situaciones más estresantes en cualquier hogar la constituye sin lugar a dudas el temido atasco en el inodoro.

En los aparatos sanitarios actuales se suele producir una acumulación de agua y restos de variada textura, forma y color que deambulan desorientados buscando su salida, como náufragos a la espera de un rescate que sólo puede venir desde el fondo. Por algún motivo que ni los científicos ni los mediums alcanzan a explicar, la inutilización del inodoro por las causas citadas provoca inmediatamente en los habitantes de la casa así como en las visitas, la necesidad imperiosa de su utilización. Así pues, tratando de ayudar a las familias de buena digestión a combatir este flagelo que atenta contra nuestro natural glamour, vamos a dar algunas pistas de mantenimiento preventivo y correctivo basadas en nuestra sufrida experiencia personal y profesional.

En primer lugar es importante conocer a qué nos enfrentamos. El inodoro o taza sanitaria, no es otra cosa que un sifón de considerables dimensiones, de unos 10 centímetros de diámetro, destinado a recibir materia por uno de los extremos y a evacuarlos por el otro como casi todo ser viviente, empujado por una corriente de agua que lanzada con fuerza ayuda a superar la curva del sifón, como una montaña rusa pero sin las gritos. Ilustremos tan complicada definición con un esquema del modelo europeo en sus dos variantes de salida, evacuación horizontal con salida a la pared, y evacuación vertical, con salida por el suelo.

Los problemas se presentan cuando el material que debe pasar por el sifón se queda atascado por su forma y consistencia, o porque a su vez encuentra un obstáculo previo. A quién no se le ha caído un jabón o un bolígrafo dentro del inodoro y por asco lo ha dejado allí pensando que no pasaría nada. Pero el objeto que inicialmente no estaba destinado a ser arrojado a un sitio tan infame se reserva una venganza terrible. Cuando lleguen los naturales destinatarios de aquel pasaje, se aferrará al punto de estrangulamiento y no cederá por las buenas, bloqueando el viaje final de aquellos alimentos que han sufrido lo suyo para poder al fin descansar en paz. En estos casos, conviene enconmendarse a la diosa fortuna e intentar remover el objeto que obstruye la salida realizando la retirada del mismo. Con esto, lo que queremos decir es que no se trata de empujarlo para que pase, sino que el primer y más sano intento será tratar de retirarlo y si la circunstancia lo amerita, pedirle disculpas. Para tal cometido (el de la retirada, no el de las disculpas) se sugiere la utilización de un alambre en forma de gancho que permita una cierta capacidad de maniobra en el sentido horizontal pero que sea lo suficientemente rígido para que el gancho no se abra al pillar el obstáculo. Si desafortunadamente se ha detectado la causa del atasco después de la utilización del inodoro y uno debe lidiar con elementos que jamás sospecharía suelen alojarse en nuestro interior, para evitar traumas sicológicos de difícil superación es aconsejable retirar todo el producto para poder maniobrar con libertad y objetividad. Hay que reconocer que la presencia de excrementos flotando ante nuestras narices, por muy nuestros que sean, dificulta la concentración.

Si a pesar de contar con la herramienta adecuada el objeto causante del atasco no puede ser retirado tras un número razonable de intentos, se puede intentar empujarlo con algún objeto tipo vara pero con las mínimas garantías de que no se quiebre dentro, porque de lo contrario el problema empeorará aún más... y eso que ya la cuestión es complicada. Si no se alcanza el éxito por ninguna de estas maniobras, no hay más remedio que retirar el aparato para poder acceder a él desde el punto de evacuación. En general, van fijados al suelo con unos tornillos específicos y rejuntados con productos de la familia de los yesos para prevenir fugas de olores o entrada de agua en la parte inferior. La operación no es complicada, pero requiere una gran fuerza de voluntad, un ánimo bien dispuesto y un estómago a prueba de sorpresas. Llegados a este extremo, es casi indispensable retirar todo el.... agua... del aparato para que cuando se suelte de su desagüe el baño no se convierta en una especie de escenario tipo Indiana Jones.

Ahora bien, hay un atasco aún más terrible, triste y vergonzoso, que es el que se produce por causas naturales. Nos estamos refiriendo a aquellos en los que no hay ningún elemento extraño en el sifón, sino que ha sido usado adecuadamente aunque cabe sospechar una dieta pobre en fibras, frutas y verduras por parte del usuario. Estamos pues ante un caso extremadamente traicionero, ya que el incauto (o incauta) que ha hecho sana utilización del dispositivo no sabe la que se le viene encima.

Como medida preventiva señalaremos en primer lugar que apenas terminado de realizar el sagrado acto intestinal, no se arroje papel al inodoro y se proceda a intentar la descarga del mismo (del inodoro...  no del intestino). Convengamos que después del último esfuerzo cuesta analizar si el producto final es susceptible de complicarnos la vida. En tal caso siempre será mejor prevenir y mentalizarse que antes de arrojar papel hay que hacer la descarga. Puede aplicarse como regla general que a mayor estreñimiento, mayor posibilidad de problemas en el inodoro, lo cual no deja de ser de una lógica aplastante. Si algo ya produjo un atasco en nuestro organismo, podemos sospechar que puede producir otro fuera de él.

Si en el primer intento no se consigue superar el sifón, no hay que desanimarse ni ponerse nervioso/a. Esperar a que el depósito se vuelva a llenar y repetir la operación tres o cuatro veces, observando si el agua desciende a la misma velocidad cada vez o se percibe un aumento de la velocidad. Si el agua va acelerando su paso en cada descarga, estamos en el camino correcto aunque con una preocupante lentitud. Para el caso de encontrarse en su domicilio y contar con los medios necesarios, lo apropiado es arrojar un buen cubo de agua a presión, desde una altura considerable y atacando al melancólico y caprichoso causante del problema donde más le duele: Duro y a la cabeza. Si dispone de una ducha con telefonillo y puede llegar hasta el inodoro, la técnica de ataque tipo bombero también suele dar buenos resultados, aunque hay que tener cuidado con las salpicaduras. Si el enemigo es más terco de lo esperado y sus recursos se le antojan escasos, puede calentar una generosa cantidad de agua (no menos de diez litros) a gran temperatura y arrojarla con toda la violencia posible sobre el bárbaro invasor, cuidando de no quemarse. Si esto no consigue desalojar la salida, habrá que intentar atacar con el gancho reservado a los objetos definitivamente sólidos. En cuanto se consiga la liberación del conducto, debe realizar un par de descargas más, porque es fácil deducir que el recién desalojado, en su despecho, intentará quedarse lo más próximo posible al punto de evacuación, en particular si es de salida horizontal, y convendrá dejarle claro que Ud. es el que manda apartándolo para siempre de sus santos dominios. Una vez conseguido el objetivo, ya puede limpiarse con papel -cosa que no había hecho hasta ahora- y arrojarlo al inodoro, pero debe esperar a que el mismo se moje lo suficiente hasta alcanzar una textura de práctica disolución y pase mansa y suavemente por el recién restablecido sifón, que aún puede tener algún resto adherido en las paredes e intentar retener papel seco o con poca humedad reclutando aliados para su causa.

El problema de un atasco producido por una digestión sufrida y acompañada de una abundante cantidad de papel es que el verdadero causante de la obstrucción se encuentra parapetado detrás de un muro de papel que no está lo suficientemente mojado como para ser disuelto por los ataques del agua. En estos casos se puede utilizar el accesorio conocido como "desatascador" o "sopapa", pero por ser un elemento de indudables características antihigiénicas se suele recomendar algo de paciencia y abundante agua, observando si la velocidad de desagüe se incrementa en cada nuevo intento. Como mal menor, aceptamos el empleo del desatascador, pero no escatime lejía en la limpieza posterior del mismo y enjuague con agua a presión.

Lo realmente grave de estas situaciones es cuando se producen en casas ajenas o lugares públicos, aunque hay algunos desalmados a los que no parece importarles especialmente el tenor de los recados que dejan en los lavabos de bares, restaurantes y similares. Pero cualquier persona de bien, no puede menos que sentirse en un terrible aprieto -nunca mejor dicho- cuando se convierte en la causa de un desaguisado semejante en una casa ajena. Para estos casos, nada como ser precavido.

Antes de la utilización del servicio, haga una descarga y evalúe la capacidad de evacuación del aparato. Si la juzga óptima, ejecute con buen ánimo la tarea y antes de arrojar el papel, realice una nueva descarga. En caso de que estime que el volumen del material que Ud. pretende evacuar puede producir algún problema en la instalación, efectúe una descarga a mitad del servicio y posteriormente concluya la tarea con paz y seguridad. Esto requiere un gran dominio de sus emociones, pero le ahorrará muchos disgustos. No abuse del papel y repita el procedimiento de hacer descargas controladas. Respete al posible enemigo y él lo respetará a Ud.

Por el contrario, si al hacer la primera descarga de evaluación Ud. detecta que el caudal no va a ser suficiente para garantizar el éxito de la faena, le recomendamos que advierta a los dueños de la casa sobre un posible obstáculo dentro del inodoro. Si ellos juzgan necesaria una intervención, no le quedará más remedio que retener sus ansias hasta que consiga el visto bueno de sus anfitriones. Por el contrario, si ellos desestiman sus advertencias, habrá cumplido con la máxima que reza "el que avisa no es traidor", y le será más fácil conseguir apoyos para una eventual operación de desatasco.

Ni qué decir tiene que el tema aún amerita algunas cuestiones dignas de consideración, tales como qué hacer cuando se cae un objeto de valor dentro del inodoro en el mismo momento en que se acaba de hacer uso de él, prevención y neutralización de la aparición de arte rupestre en las tazas modernas, la traicionera micción bífida, táctica y estrategia del uso de la fregona en cena de gala y otros asuntos no menos interesantes, pero nos hemos querido ceñir en especial a la circunstancia que bloquea la utilización de tan vilipendeado y sin embargo imprescindible artilugio hogareño. En horas más eruditas retomaremos el tema incluyendo además interesantes aportes de la ciudadanía en general.

Y ahora, si me disculpan tengo algo que hacer...


miércoles, 7 de diciembre de 2011

El amor en tiempos de mis padres.

Mis abuelos maternos tuvieron cinco hijos, un varón -que falleció siendo aún bebé- y cuatro mujeres. Así, no había perspectivas de que el apellido de mi abuelo perdurase al menos un par de generaciones, teniendo en cuenta que en Argentina no se llevaba hasta hace bien poco el apellido materno y los dobles apellidos siempre fueron reservados para una aristocracia mal avenida. Sin embargo, al nacionalizarme español se me incorporó el apellido materno resucitándolo al menos por algún tiempo, lejos de la intención original de mi abuelo, pero vivo al fin y al cabo.

Quedando mi abuelo rodeado de cinco mujeres, supongo que tendría especial celo en analizar a fondo la catadura del personal masculino que se acercaba a su casa. Digamos ya mismo que en los años a los que me refiero mis abuelos vivían en el campo, en una casa típica del interior argentino, desprovista de todas las comodidades imaginables. Techos altos, ventanas inmensas, puertas precarias, suelo y paredes de estuco, favorecían la entrada del viento, la lluvia y el frío hasta el punto de hacer inútil el combatirlos. El baño, catedráticamente llamado el excusado, se encontraba alejado una veintena de metros de la casa -indefectiblemente de arquitectura cuadrada o rectangular- y consistía en una casucha de madera de descarte que hacía las veces de parapeto contra las miradas ajenas. Ni hablar de inodoro ni placa turca. Un oscuro agujero que comunicaba con el infierno era el receptor de todas las necesidades por aquella época innombrables. Para más detalles, véase el comienzo de la película Shrek.

Los otros dos elementos próximos a la casa eran el galpón, un almacén de chapa en los que se guardaban los aperos, herramientas y utensilios de labranza, y el tanque de agua en el que se depositaba el agua extraída del pozo cuya bomba era accionada por un molino de viento. La casa tendría dos entradas que daban a un único local rectangular en el que se desarrollaba la vida hogareña, la cocina-comedor-salón-living, apto para alojar familiones los domingos o la peonada de las épocas de la siembra y la cosecha, los llamados con todo acierto "peones golondrina". Imagino que en esas temporadas mis abuelos permanecerían más alertas que nunca al ir y venir de sus hijas, ajenas ellas en su inocencia y esplendor a cualquier requerimiento o intención de los temporeros.

Los sábados se organizaban los "bailes recreativos", y todo el personal de la zona lucía sus mejores galas acaso para dejar claro que no sólo eran trabajadores, sino que había madera de galán para cualquier dama que ofreciese oportunidad de acercamiento. No obstante, para conseguir la gloria de un baile hacía falta contar con el beneplácito de la madre de la dama, reservándose el padre el derecho a veto, el cual era definitivo e incuestionable.

Las fiestas eran amenizadas por grupos de músicos expertos en pasodobles, rancheras y valses, en los que tenía especial protagonismo el acordeón, y las más exitosas eran las de los lecheros, acaso porque eran el nexo de unión entre la gente de campo, donde ellos recogían la leche, y la de la ciudad, que era donde la vendían. No pocas veces se improvisaba una carpa, se la llenaba de sillas de metal frías como el hielo, y se mal regaba el piso de tierra para que el alboroto del baile no levantara una polvareda insufrible. Organizadas con una precisión de profesional, nunca faltaba de nada y ni siquiera la lluvia podía con ellos. Lo tenían todo tan calculado que aunque la fiesta se montase en el campo en medio de la nada, invariablemente era en un cruce de caminos para que nadie se perdiera... al menos para llegar, porque al salir la cosa podía complicarse.

En uno de esos bailes mis tías y mi madre fueron conociendo a sus futuros maridos. Mi tía, la mayor de las hermanas, fue abordada a la tierna edad de 15 años por el que luego se convertiría en el primer yerno de mis abuelos. A día de hoy me cuesta entender cómo mi tío consiguió que mi abuelo le concediera visitar a mi tía, siendo que las normas por aquel entonces eran de una rigidez prusiana. Los trámites no eran sencillos. Había que requerir a la dama para un baile, ella miraba a la madre para conseguir la aprobación, ella asentía y confirmaba el veredicto con el padre, y si no había negativa expresa se entendía que se autorizaba el baile en cuestión, que si bien permitía la colocación de una mano sobre la cintura, mantenía un casto espacio de separación entre los dos bailarines. Los muchachos solían invitar a bailar cuando la música que estaba sonando era más movida y tenían más posibilidades de ser aceptados. En este sentido, el fox-trot era particularmente exitoso, mientras que los valses se reservaban ya para parejas que oficialmente estaban noviando.

Se solía coincidir "casualmente" en dos o tres bailes seguidos, y al cabo de los mismos si se continuaba obteniendo permiso para bailar, se solicitaba autorización para visitar a la niña en su casa. La visita era normalmente los domingos por la tarde y allí estaban presentes hasta el gato, impidiendo en todo momento que el visitante y la hija festejada se quedase no ya solos, sino con menos compañía de las que permitían las sillas dispuestas en círculo alrededor de la mesa descomunal. El candidato hablaba con todo el mundo menos con la visitada, seguramente pasando los estrictos controles a los que era sometido por el padre, la madre, las hermanas, algún abuelo, alguna tía, un vecino comedido y dos amigas de la familia.

Allí estaría pues mi tío, empachado de mate y tarta de campo, tratando de encontrar la forma de encarar a mi abuelo para ser declarado oficialmente novio de la hija mayor. Un domingo se quedó después de la hora de las visitas y habló con mi abuelo como quien solicita se le conmute la pena de muerte. Porque todo lo que tenía de bueno mi abuelo lo tenía también de intimidatorio, más para aquel jovenzuelo que se ganaba la vida en la calle repartiendo leche quién sabe con qué métodos. Mi abuelo le hizo un análisis a fondo de sus intenciones, lo embadurnó de condiciones y le dio su consentimiento, mientras detrás de la puerta de la habitación las hermanas pegaban la oreja tratando de descubrir lo que se trataba.

Tiempo después la que seguía en la lista de casaderas era mi tía, pero ya hemos hablado sobre el desafortunado exceso verbal que condenó al candidato al olvido y a mi tía a una santa soltería. Le llegó el turno a la tercera hija y, cómo no, el pretendiente era también lechero. Pasó los mismos trámites que el primer novio oficial, pero asesorado por éste llevó bastante mejor el asunto. Era dueño además de un sentido del humor liviano y fácil que le simplificaba las cuestiones formales. Casi al mismo tiempo llega el último aspirante a novio, hermano del anterior por parte de madre, a requerir la atención de la hija más pequeña. Para entonces la hija mayor ya se había casado y hasta tenía hijos. Los domingos por la tarde aquello tenía que ser como un circo, con novios hablando siempre de lo mismo día tras dia, criaturas llorando, el calor asfixiando o el frío congelándolo todo, el olor inconfundible de la cocina a leña y la luz amarillenta de un farol a querosén.

En el buen tiempo de primavera y las noches de verano que aliviaban del calor de la tarde, sumados a la confianza que habían ganado los novios por sus propios méritos y por las referencias externas que llegaban a la casa, las parejas conseguían el visado para salir al patio a hablar de sus cosas, vigilados desde dentro por la policíaca mirada materna. Se asumía que una vez que se concedían momentos de "intimidad", el control era ejercido por la madre... por si acaso, ya que el padre había confiado en el novio hasta el punto de permitirle ausentarse del bullicio familiar para estar a solas -relativamente hablando- con la hija. También para esto había cierto formalismo. El punto de encuentro de las primeras conversaciones a solas se situaba justo delante del tanque de agua, perfectamente visible desde cualquier ventana de la casa. Llamaremos a este lugar posición uno. Se ganaba este derecho tanto por la validez del novio como la antigüedad con la que frecuentaba a la novia. Por lo tanto, se deduce claramente que mi tío tomó la delantera y mi padre tuvo que hacer horas extra con mi abuelo en la cocina, aguantando mansamente su oportunidad de ser autorizado a ir al patio con su novia.

Cuando el comportamiento de la pareja que se encontraba fuera delante del tanque de agua era aprobado, conseguían el derecho a pasar detrás del mismo tanque, posición dos, liberando así la posición uno para el novio que aún estaba dentro haciendo méritos con los futuros suegros. Por lo tanto, mi padre sería el principal interesado en que mi tío acumulara méritos suficientes para ser habilitado a ocupar la posición dos y él tener acceso, al menos, a la posición uno con mi madre. Por un motivo u otro, las parejas consiguieron sus propósitos de compartir aquellos momentos a solas, una en cada extremo del tanque de agua en el que se dormía la noche, y el yerno único volvió a la época de ser el que se quedaba dentro a darle conversación a los suegros. Al casarse mis tíos mis padres fueron ascendidos a la posición dos y pasaron a noviar detrás del tanque, dejando libre la posición uno para el que llegase después. No olvidemos que aún quedaba mi tía soltera, cuya determinación de soltería era firme aunque nadie sabía cuánto. Hoy ya podemos confirmar que lo era hasta el fin.

Todas estas imágenes me han sido transmitidas por unos cómplices de lujo, mis primos, hijos de mi tía mayor, que por aquel entonces estarían más entusiasmados en fastidiarles los buenos ratos a sus tías que en hacer algo útil con su infancia. Sin embargo, risas más o risas menos, nunca fueron desmentidas por los involucrados. En mi propia niñez, se seguía hablando de aquellos tiempos en términos que aún a mis seis o siete años yo encontraba cándidamente graciosos. Por ejemplo, para referirse a que una chica estaba saliendo con un chico pero que aún no había formalizado el noviazgo, se utilizaba la inexplicable expresión "fulanita afila con meganito". Si el novio cometía la imprudencia de decir o hacer algún gesto poco galán, se decía que "se estaba propasando". Si una pareja se besaba en público eran "unos cochinos" y la reputación de las damas podía quedar por los suelos como llegaran de noche a casa. Cualquier chica que tuviera más de dos novios -y no digo simultáneamente- ya era "una loca". Si el chico era el que tenía más de dos o tres novias, entonces era un mujeriego que se dedicaba a corromper a las buenas chicas, a las que simplemente usaba.

No voy a decir la obviedad de que los tiempos han cambiado. Más bien, me gustaría saber qué clases de comportamientos tienen hoy mis hijos que dentro de cuarenta años serán susceptibles de ser comentados con la misma mirada con la que hoy analizamos las costumbres de mis padres. De qué cosas se reirán o de qué se avergonzarán. Cómo las contarán y qué pensarán sus hijos o sus nietos. En estos últimos minutos, detecto que casi todo lo que recuerdo y puedo contar sobre estos asuntos del amor en blanco y negro tiene mucho que ver con la paciencia, la insistencia, el sacrificio al que estaban dispuestos mis padres y mis tíos sólo por disfrutar un poco de ternura de vez en cuando, con la promesa de un futuro feliz. Desde ese punto de vista al menos, no hay mucha diferencia con mis tres hijos mayores, cada uno de ellos con sus parejas de los que me llegan cálidas referencias desde lejos.

El tanque de agua de pronto se ha convertido en un océano, el patio en un continente, la ventana por la que miraba mi abuela es una pantalla de ordenador, y yo no vigilo a ninguno de ellos como policía.

Apenas me asomo de vez en cuando para saber si son felices y si saben hacer felices a quienes los merecen.

Casi lo mismo que me exijo a mí mismo.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Ellos son más.

Los que nos atropellan. Los que nos agreden. Los que nos ensucian. Los que nos insultan. Los que nos juzgan.

Los que nos matan.

Ellos son más.

Los que son capaces de ir a la guerra con palos y piedras por un trapo de colores de una secta, de un equipo de fútbol, de una teoría absurda, arriesgando su integridad física y su vida, pero se acobardan ante la necesidad ajena.

Los que defendiendo una utópica idea de moral, religión o creencia, se llevan por delante a quien no suscriba sin preguntas todos y cada uno de sus dogmas.

Los que no conocen otro lenguaje que el de la violencia hasta para lo trivial, y expresan el triunfo de su prepotencia en términos de violación, como si un eventual triunfo sólo pudiera expresarse en términos contradictoriamente sexuales.

Los que se dicen creyentes sólo para autoconvencerse que nada malo les pasará, pero no tienen en cuenta que ellos son la causa de muchos males de los demás.

Los que no son capaces de disentir sin agredir, simplemente argumentando y aportando ideas, y se parapetan detrás de los insultos que buscan destruir al íntegro y extinguir al débil.

Los que no se paran a pensar ni siquiera un segundo por día que a lo mejor están equivocados, engañados, ciegos, y que los están usando para un fin muy alejado del que ellos creen perseguir.

Los que nos mienten con un desparpajo que encandila a los desesperados, los ignorantes, los necesitados, y los usan para su propio y exclusivo beneficio.

Los que se apropian de los sueños de los demás y hacen negocios con ellos, sin que los verdaderos autores participen en ningún dividendo de ninguna clase.

Los que utilizan la diferencia de cualquier clase para invocar superioridad y descargar su impotencia para vivir en odio hacia lo que no es igual.

Los que nos toman por idiotas. Los que nos dividen. Los que nos manipulan. Los que nos dicen lo que debemos ser, hacer y pensar.

Ellos son más y siempre serán más, porque muchas veces nosotros, a lo largo de nuestra vida, somos ellos. En algún momento salta una chispa dentro de nosotros y reaccionamos contra ellos tal como ellos han actuado.

Nos está permitido equivocarnos. Nos está permitido cometer errores. Pero también sabemos que debemos volver a nuestras vidas, aprovechar lo que hemos aprendido conociendo lo indeseable desde dentro. Y hemos de lograr que muy pocas veces pertenezcamos a la mayoría, de tal manera que en el balance final hayamos estado siempre más frente a ellos que con ellos.

Ellos son más. Nosotros, nos necesitamos.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La Quiquita.

Dicen que al que Dios no le da hijos el diablo le da sobrinos. Si esto fuera cierto, cabría suponer un ensañamiento de Satanás con mi tía, porque tuvo -tiene- una andanada de sobrinos y bastantes más sobrinos nietos con los que hacer buena la maldición infernal.

Cómo se escribe el apodo que su hermana menor -mi madre- le asignó cuando apenas hablaba, fue siempre una discusión zanjada por las bravas al asignársele la ortografía de Quica, complicada años más tarde cuandos mis hijos empezaron a llamarla en diminutivo, "Quiquita". Afortunadamente, el debate interno eclipsó la polémica ortográfica que podría haberse producido cuando apareció la película de Almodóvar, Kika.

Soltera por vocación, recibió el tácito encargo de cuidar de mis abuelos al hacerse mayores a los que acompañó hasta el final de sus días. De ella han sido los mejores bifes (filetes) de ternera que comí en mi vida, con un puré de patatas que mi memoria juzga incomparable. La pasta italiana amasada y cortada por sus manos o las tortas fritas a deshora tenían un calor único heredado, seguramente, de mi abuela. En mi familia ir a visitar a los abuelos y a la Quica los domingos por la tarde era sagrado, al mejor estilo de los Campanelli. El bizcocho de los inviernos con el mate generoso que no paraba de rodar desde la hora de la merienda hasta bien entrada la noche, era un ritual que acompañaba el desfile de hermanas, cuñados, sobrinas y algún visitante inesperado. Nos amontonábamos como pollos en la cocina que hacía de trinchera contra el frío, y mirábamos el viejo televisor en blanco y negro al que le colocábamos una pantalla de plástico azul porque así "se veía mejor". En ese barullo infernal de familia ítalo-criolla, la Quica se desplazaba en su propia atmósfera como flotando, y hacía llegar el mate amigo a todos los rincones respetando el turno infaliblemente. En verano, en cambio, nos dispersábamos en el patio trasero debajo de la parra de uva chinche, y de vez en cuando ella, con una palangana de lata a la que no le cabían más abollones, regaba el rústico piso de cemento con el objetivo de refrescar la tarde.

Algunas de los primos pasábamos en casa de mis abuelos, y en consecuencia de la Quica, lo que por entonces llamábamos vacaciones. Una o dos semanas en invierno, varias en verano, y algún que otro fin de semana aleatorio de vez en cuando. La casita era sencilla y acogedora, y yo dormía en la misma habitación que ella, aunque me llevaba mi propia almohada adoctrinada a mis posiciones y olores. En verano, dormíamos con la persiana levantada y las espirales Caracol intentando defendernos de unos mosquitos carnívoros que nos dejaban sordos con su aleteo de helicóptero. En invierno, nos tapábamos hasta las cejas con kilos y kilos de mantas, amaestrando la vegija para no tener que ir al baño que era como una cámara frigorífica, con aquellos inodoros de meseta marca Pescadas que permitían la fiscalización de las digestiones. La Quica nos dejaba a los sobrinos que íbamos a invadir su paz una cama de dos plazas, alta, de metal, que si se hubiera vendido por su peso habría valido una fortuna. Ella dormía en una camita menuda con el colchón hundido al medio, que era como un nido que la envolvía y la protegía del mundo.

Era respetada y querida en el barrio como una institución santa. Austera, silenciosa, frugal, tímida hasta la antipatía, encadenó el cuidado de mi abuelo con el de hada madrina de mis hijos casi sin solución de continuidad para asombro de no pocos vecinos que creían que el destino de mi tía acabaría al mismo tiempo que el de mis abuelos, como un apéndice de ellos. Cuando llegó el día de la gran mudanza y mi abuelo viudo y ella se fueron a vivir con nosotros, sus amigas interpretaron que iba a la guerra, y pese a estar a menos de dos kilómetros se despidieron como si nunca más fueran a verse. A saber lo que pensarían de mí.

Es autora de muchas frases que todos dábamos por comunes hasta que mis hijos las incorporaron a su vocabulario y las emplean aún hoy con una insospechada eficacia. Expresiones tales como "a mí no me gusta esto", "pasó así" o "qué cochino", son un soplo de lenguaje fresco que llega desde el pasado provinciano al mismo corazón de una Asturias elegante y tradicional, exportadas por los sobrinos nietos a todos los rincones del país y del mundo que visitan o conocen.

Tiene el extraño don de la tele-medicina sobre el cual no voy a entrar en detalles, pero a día de hoy, estemos donde estemos, solicitamos su auxilio para aliviar alguna indigestión. Con los años ha ido adquiriendo un aura de Madre Teresa de Calcuta, y se va imponiendo a sus problemas de salud a regañadientes ante la insistencia y preocupación de mi madre. Llevan tanto tiempo juntas que siempre una de las primeras preguntas que se les hace a cualquiera de ellas es acerca del estado de salud de la otra. El caso es que de la mano se han incorporado al tecnológico siglo XXI, se comunican con todo el mundo por videoconferencia, y han hecho más kilómetros en los últimos diez años que en toda su vida anterior, para asombro de toda la familia, arrastradas por el amor hacia nosotros del cual no pocas veces yo me he sentido indigno.

Mi padre solía contar que mi tía se quedó soltera cuando un pretendiente que podría haber superado -ajustadamente- el severo control de calidad de mi abuelo se degració entrando al baile de campo con una borrachera de las que no se pillan en media hora y lanzó un comentario soez sobre alguno de los caballeros allí presentes. (En aquella época, todas las mujeres eran damas y los hombres caballeros). Entre lo poco que me acuerdo yo y lo que seguramente habría adornado mi padre, dudo mucho que lleguemos a la expresión literal del comentario, pero lo que es indudable es que fue suicida. No necesitó ni la reprobación de mis abuelos, que yo imagino sentados en las sillas al borde de la pista de baile en un local de techo de zinc y ladrillos vistos, aguardando las solicitudes de baile para cada una de sus hijas. La Quica lo desterró al infierno de los groseros a él y a todos los hombres del universo, y cerró a cal y canto el acceso a su vida para cualquier persona que no fuera de la familia o de absoluta y total confianza, personas que por otra parte tardaron en aparecer.

No sé dónde estará hoy aquel frustrado candidato a tío, pero tengo que agradecerle en mi nombre y el de todos los que hemos sido felices a causa de la Quica que él se haya revelado y mi tía rebelado, ambos a tiempo. Seguramente hablo desde el egoísmo, pero a ella siempre le quedará la sensación de que ha sido mejor así y finjo consuelo.

Nosotros en general y yo en particular, no tenemos más sensación que la de gratitud, deuda y un eterno e infinito amor. No será suficiente para hacerla feliz, probablemente, porque ella querría padecer otra vez aquellos domingos caóticos llenos de efervescencia. Pero aún en el más profundo de los silencios ella ocupa un lugar privilegiado en nuestra memoria, por más lejos que estemos físicamente.

Y eso, sólo eso, es lo que garantiza la eternidad.