domingo, 24 de febrero de 2013

De cómo Helga se convirtió en Chiqui.

Hace unos diez años yo ni siquiera imaginaba que alguien pudiera llamarse "Helga"... y mucho menos una andaluza. Que lo escuchara por primera vez en referencia a la llegada de una nueva gobernanta en un lugar como Zanzíbar donde hasta el cielo es exótico, neutralizó esa sorpresa hija de la ignorancia pero despertó mi curiosidad, alimentada por los comentarios de quienes la conocían por haber sido compañeros de ella en trabajos anteriores. Decían que igual podía ser el alma de la fiesta con sus sevillanas inverosímiles como la que ponía a trabajar a un equipo de 500 holgazanes con mano firme. La clase de persona que no se andaba con medias tintas y a la que nadie le vendía una moto.

La conocí en septiembre del 2003. Iba con su falda a rayas horizontales azules y blancas por encima de las rodillas mostrando unas piernas hermosas y enérgicas que hacían juego con su dinamismo. Tenía ese aspecto serio y de carácter firme que su nombre alemán y su puesto de trabajo presagiaban, y tuve la sensación de que se acercaba una tormenta, tal vez más por la idea previa que me había formado que por sus propios gestos, de una neutralidad impecable en honor a la verdad.

Las semanas siguientes transcurrieron dentro de un aséptico trato profesional, con las habituales martingalas que tiene el trabajo en los hoteles, un trabajo en el que siempre todo está a medias y en el que unas pocas horas de no tener problemas graves se agradecen como el mayor de los regalos. En uno de esas milagrosas treguas en la guerra laboral ella lanzó el órdago y desafió a los iluminados que teníamos la solución para los males del tercer mundo a que no había coraje -digámoslo así- de practicar algún deporte, como tenis o baloncesto. Así que recogido el guante nos plantamos bajo un cielo empachado de estrellas y raqueta en mano ella, un mexicano, un vasco y yo, en una pista de tenis de un hotel en Zanzíbar, mientras se escuchaba de fondo desde la recepción a un italiano desafinar "Jambo, jambo bwana" y los massais hacían de recogepelotas. Con este escenario multicultural quedaba claro que todo era posible.

Uno ya no era un adolescente y tenía unos cuantos callos afectivos. Así que las conversaciones posteriores a las maratones de tenis torpe, a las cuales luego de varios amagos de infarto sólo sobrevivimos ella y yo, se centraban en contarnos cosas de la familia, de nuestros respectivos hijos, de la gente que conocíamos, y había un pacto tácito de no hablar de trabajo, lo cual era un oasis muy difícil de conseguir en el ambiente que nos rodeaba. Así que nos fuimos acercando en la medida que nos dábamos cuenta que éramos los únicos que estaban a lo que estaban y no en la línea de una mayoría para quienes el trabajo era una cuestión accesoria, un peaje que pagar para acceder a otros... "beneficios..."

Un mal día de enero del 2004 anunció que se iba, que dejaba la empresa, y por primera vez desde que estaba allí me sentí desorientado. Empezamos a hablar en términos de futuro y nostalgia a la vez. Nostalgia de cosas que no habían ocurrido y escenarios futuros que acaso nunca llegarían. Sin darme cuenta dejó de ser Helga, una compañera de trabajo, y se convirtió en "Chiqui", alguien a quien sin saber cómo estaba queriendo. Y una semana antes de la fecha de su partida, el 25 de febrero, nos encontramos el uno al otro, aunque no teníamos claro si estábamos llegando a una nueva vida o nos estábamos despidiendo para siempre. La mañana del 3 de marzo cazó al vuelo sus maletas y se esfumó. Así que sin haber cumplido ni diez días juntos ya estábamos separados, al menos físicamente. Viajé a España tres semanas después, compartimos unos días y algunas entrevistas de trabajo que finalmente la llevaron a Valencia, y cuando anuncié que dejaba Zanzíbar fue a pasar un mes de vacaciones que, visto en perspectiva, fue nuestra luna de miel. Aterrizamos en Lanzarote (siempre detrás del trabajo), donde nació Julia en un momento en que estábamos más lejos de ser padres que abuelos. Luego Huelva, Almería, para autoexportarnos a Brasil con la esperanza de que se estabilizara un poco la cuestión laboral, ya que el panorama que teníamos por delante no era muy alentador. Y allí, las circunstancias nos obligaron a separarnos otra vez... y así estamos a día de hoy, yo en República Dominicana y ella en su Chiclana natal, conviviendo con mi ausencia, la educación y el cuidado de Julia y recuperando algo de tiempo con sus otros dos hijos..

Han pasado nueve años desde aquel 25 de febrero. Hemos recorrido juntos más kilómetros geográficos y anímicos de los que jamás hubiera soñado, y lo cierto es que no podría haber pensado en una compañera mejor para todo lo que me ha pasado en estos tiempos agitados, lejos de todo lo que fui. Eternamente comprensiva, ha sido muy exigente consigo misma pero de un modo singular, un modo que inspira ternura. Tiene una fuerza de voluntad que me ha cambiado la forma de ver la vida y en no pocas ocasiones ha sido mi referente en ese sentido. Luchadora de carácter que se rinde como una ola en retirada a los mimos que la hacen sentir amada. Cada día busca algo nuevo para hacer que la obligue a superarse, a crecer, a ser mejor, y hasta cuando parece que el cansancio puede con ella se repliega, reorganiza sus fuerzas, y vuelve a salir al mundo con nuevos bríos, haciendo planes de todo tipo y color, en su eterna lucha contra la resignación y la mediocridad. Y cuando la cosa no da para más, se planta, pega el puñetazo en la mesa, dice las cosas claras y no pierde tiempo en colocar paños fríos.

Pero sobre todo ama con todas sus fuerzas a las personas por las que vive, y muchas de ellas ignoran que cada día están en su corazón. Aunque casi nadie lo sabe, es una soñadora que teje historias de felicidad para todos los que la rodean, olvidando a veces que los demás también la necesitamos dentro de ese paisaje de felicidad.

Aparte de quererla, de amarla, no estoy seguro de haber hecho nada para merecerla. Alguno dirá que es suficiente, pero como bien suele decir ella "no me quieras tanto, quiéreme mejor". Sé que lo que siento por ella es infinito en cantidad, aunque la calidad puede que deje mucho que desear, tal como me pasa algunas veces con el resto de mi familia y seres queridos. Es una trampa en la que muchos caemos frecuentemente. Podemos estar horas diciéndonos cosas por las redes sociales y cuando compartimos una cena no sabemos de qué hablar, aunque diré en mi defensa que mi problema es el contrario, es el de no saber de qué callarme....

Gracias a ella hoy tengo fuerzas que no sabía que figuraban en mi haber, las que me ayudan a vivir así. Gracias a ella intento cada día conservar intactos en mi corazón los únicos presentes que puedo ofrecerle. Me levanto de cada una de mis numerosas caídas de ánimo, me sacudo las malas ondas y me sumo a sus sueños. Gracias a ella descubrí que existe el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Gracias a ella, nuestra hija crece sana y fuerte en todos los frentes pese a las dificultades y se va convirtiendo en la personita maravillosa que estará a la altura de sus hermanos.

Gracias por todo Chiqui, mi amor. Gracias por estar siempre a mi lado en esta vida tan particular, en la que uno siempre es un extranjero enfermo de exilios y desarraigos, y por ser tú la causa de los ratos de paz y felicidad, por ser mi consuelo y aliviarme las angustias con tus masajes llenos de un optimismo que sólo cultivas para mí. Nuestras almas llevan sólo nueve años juntos, pero qué nueve años. Y aunque sean novecientos, siempre me parecerán pocos.

De alguna manera seguimos jugando al tenis como hace años en Zanzíbar, en un partido de dobles contra el tiempo y la distancia. Vamos perdiendo este set, pero sé que ganaremos el partido.

Y como dice la canción, eu sei que vou te amar por toda a minha vida....




1 comentario:

  1. Gracias le doy a la vida, por haberte conocido. Eres lo mejor que me ha pasado, y solo deseo estar junto a tí 40 años más minimo. Te quiero con toda mi alma y te amo con todas mis fuerzas.

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