jueves, 14 de febrero de 2013

Juanjito, Fedito, Nanyta, Julita.

A pocas cosas le damos tantas vueltas como a la de ponerle nombres a nuestros hijos. Es que un nombre es para toda la vida... o eso pensamos. Pero luego la realidad tiene la última palabra en esa negociación en la que a veces todo el mundo participa, y acaban cargando con apodos, apócopes y diminutivos que ni siquiera estaban en nuestras mentes cuando empezamos a barajar opciones. Y el caso es que cuando la vida misma se encarga de hacer esos ajustes no podemos imaginarnos que nuestros hijos pudieran llamarse de otra manera.

Desde el 12 de febrero al 4 de mayo hay una alineación planetaria en mi universo. Mis tres hijos mayores tienen edades consecutivas y la pequeña exactamente 20 años menos que su hermano mayor. (Nunca es tarde si la dicha es buena decían mis padres). A estas horas mis hijos tienen 27, 26, 25 y 7 años. Quienes me conocen saben que se trata de Juanjito, Fedito, Nanyta y Julita, aunque sus documentos insistan inútilmente en decir que se llaman Juan José, Federico, Daniela y Julia.

Creo haber cumplido hasta el presente con una norma básica de la evolución humana, y es aquella que dice que la raza se va perfeccionando en cada generación. No era muy difícil superarme, vamos a ser honestos, pero es que tanto los mayores como la de siete años están recreándose en eso de ser mejores que su padre. ¿Debería sentirme orgulloso de eso...? No creo. El orgullo es algo que uno debe sentir por aquellas cosas o logros que consigue gracias a sus propios méritos. Pero la inteligencia, capacidad, talento, éxito y brillantez que tienen todos son fruto de su propio esfuerzo, y eso poco o nada se debe a mí. Simplemente tuve la fortuna de que le gustaran mis cosas, mi música, mis libros, mis películas, mis estudios, y pude acompañarlos dentro de mis limitaciones. Lo que alguna vez pudo interpretarse como guía no era más que un compañero de viaje asustado que disimulaba el temor de equivocarse en algo y que aún así se equivocaba, y se volvía a equivocar cuando no reconocía que se equivocaba. Pero sobre todo, son una personas maravillosas. Íntegras, honestas, leales, y hasta los que puedan haber heredado alguno de mis múltiples defectos, han reconvertido ese legado dándole un uso apropiado, reciclando esa basura espiritual y mental con la que muchas veces uno carga más por estupidez que por maldad.

Hoy las circunstancias nos han colocado a cada uno en un punto diferente del mundo. Esa es la parte mala. La parte buena es que aún lamentamos que sea así, y nadie tanto como yo. Cuando hablo con ellos muchas veces noto que no tenemos nada que contarnos y lo interpreto como que de una manera u otra estamos conectados permanentemente, como si hubiésemos conseguido derogar las distancias y el tiempo continuara siendo el de siempre. Como si el sábado pasado hubiera ido a ver un partido de fútbol de Juanjito, o de balonmano de Fede, o de softbol de Nany, o como si esta mañana hubiera ido a buscar a Julita al colegio. O como si mañana mismo nos fuéramos a encontrar todos para cenar y volver a hacer los mismos chistes que sólo nosotros entendemos, y que Julia se sienta adulta con sus hermanos mayores y ellos niños otra vez con ella, mientras yo los observo y me sorprendo una vez más de que tengan tanta sintonía a pesar de la diferencia de edad y de haber crecido separados y con no pocas carencias que en el fondo, los han hecho aún más fuertes sin dejar de ser cariñosos.

No podría destacar una característica de uno sin decir que el otro también la tiene, ni mencionar un recuerdo hermoso sin traer a colación algunas de las muchas veces que les fallé. Quizás podría darle un gramo más de idealismo a Juanjo, otro de pragmatismo a Fede, alguno de intensidad a Nany, y claro, por motivos de edad, unos cuantos de inocencia a Julia, para quien por ahora todos sus seres queridos somos perfectos y los demás unos tontos. Pero a lo largo de sus vidas, esos rasgos van rotando y al estar con cualquiera de ellos uno tiene la sensación de estar también con el representante de los otros tres.

Dentro de poco un amigo que pasa de vez en cuando por aquí va a ser padre de gemelos. Va a ser muy feliz, sobre todo porque la suerte de tener hijos maravillosos este año no la voy a acaparar para mí, como ha ocurrido ya en cuatro ocasiones. Él y su familia también están lejos, geográficamente hablando, lo cual me evitará tener que presenciar sus babeos y que me cuente sus batallitas de padre primerizo por partida doble quitándome la posibilidad de chochear. Con que disfrute de su familia el 10 % de lo que he disfrutado y aún disfruto yo pese a todo, va a necesitar una buena caja toráxica para albergar los latidos del corazón cada vez que haga balance de sus sentimientos.

Para mí ya pasó el tiempo de los pañales y los biberones. Pero mientras se me sigan llenando los ojos de lágrimas cuando veo fotos antiguas o recientes, o siga haciendo planes sobre cuándo y dónde nos vamos a ver con la misma ilusión con la que ellos esperaban la noche de Navidad a los cinco años, sabré que siempre valdrá la pena seguir luchando. Y sobre todo, sabré que ellos pueden enseñarme mucho aún, por aquello del ciclo de la vida.

Mi Juanjito, mi Fedito, mi Nanyta, mi Julita, por orden de aparición en mi vida, simplemente. Los quiero mucho.


1 comentario:

  1. Espero que mis hijos tengan tanta suerte como los tuyos, que su padre pueda y sepa enseñarles el camino correcto, y que ellos lo caminen lo más recto posible, guardando el cariño de sus padres como la brújula que les guie...
    Gracias por acordarte de mi en este tu rincón...
    Ramón

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